La piel es el mayor órgano sensorial del cuerpo, siendo su principal función proteger el organismo de agentes externos. La piel nos envuelve como un abrigo y nos protege para que los golpes o las agresiones externas no nos causen daños fácilmente. Además, gracias a sus sensores, por medio del dolor o el picor nos advierte de algunos peligros, tales como las temperaturas extremas. El manto ácido de la piel también actúa como una barrera de protección frente a gérmenes y bacterias.
Otra función importante de la piel es regular la temperatura corporal; siendo responsable de que nuestro organismo mantenga una temperatura constante. Cuando se expone la piel a altas temperaturas, la circulación de los vasos sanguíneos aumenta y se libera calor. No obstante, si esto no es suficiente, la piel comienza a sudar y el cuerpo se refrigera.
Cuando las temperaturas son bajas, ocurre el proceso inverso, es decir, la piel bombea menos sangre por las venas a fin de retener el calor. Esta es la razón por la que cuando hace frío, las manos y los pies son los primeros en quedársenos fríos.
La piel cumple también una función protectora frente a los rayos del sol. Cuando nos exponemos a la luz solar, la piel desarrolla una capa córnea más espesa y una pigmentación oscura (el bronceado). Esta reacción actúa como "filtro solar"impidiendo que los nocivos rayos UV penetren demasiado. La propia piel es capaz de reparar "parcialmente" los daños causados por los rayos del sol, pero necesita su tiempo. Para reforzar los mecanismos de protección naturales de la piel frente a la luz solar, hay que usar siempre protectores solares con un factor de protección solar adecuado para tu piel y filtros UVA/UVB.