Esta manteca se extrae de los frutos del árbol del mismo nombre, karité, que significa árbol de la mantequilla. También llamado vitellaria paradoxa, una especie que crece en la sabana africana. Lo cierto es que si nos fijamos bien captaremos una cierta semejanza –al menos en cuanto apariencia– con nuestro característico olivo pues ambos son muy longevos y presentan unos troncos que pueden alcanzar hasta un metro de grosor.
Incluso el fruto del karité se parece a nuestras familiares aceitunas. La cosecha del fruto del karité comienza a mediados de junio y se alarga hasta septiembre. Una vez recolectada, se abre y se desecha la cáscara. El interior se conoce como almendra y tras un exhaustivo lavado para eliminar impurezas, se ponen a secar. Posteriormente se extraerá la grasa de la que se obtiene la cotizada manteca que, por cierto, también sirve para elaborar platos de comida.
Normalmente son las mujeres africanas las que asumen toda esta tarea. Así, muchas veces, con la compra de la manteca de karité estamos contribuyendo al sostenimiento de estas comunidades.